La ciencia y la tecnología son dos motores esenciales del desarrollo económico. De su avance dependen mejoras que van desde los tratamientos médicos hasta la producción de alimentos, la energía, la conectividad y la forma en que trabajamos. Sin embargo, en la Argentina, este engranaje clave atraviesa un momento de alarma: según un informe de Argendata, el proyecto de Fundar, la inversión pública en investigación y desarrollo (I+D) alcanzó su punto más bajo en las últimas dos décadas.

Según los datos oficiales, el país destina apenas el 0,55% del Producto Bruto Interno (PBI) a estas actividades. Si bien la cifra supera a la de algunos países vecinos, como Chile o México, queda muy lejos del promedio mundial, que asciende al 1,95%. Incluso naciones con menos recursos, como India o Brasil, invierten más. El resultado: menor innovación, escasa vinculación entre empresas y centros de investigación, y una economía que depende de importar tecnología.

El Estado, el principal sostén

El problema no es sólo cuánto se invierte, sino quién lo hace. En la Argentina, el Estado financia más de la mitad de la investigación (56,3%), mientras que las empresas apenas aportan el 42%. En países desarrollados, esa proporción se invierte: en Corea del Sur o Japón, las compañías lideran el 80% del gasto en investigación más desarrollo (I+D). La diferencia no es menor porque, según Argendata, determina el tipo de conocimiento que se genera y su impacto directo en la producción.

Desde 2015, el presupuesto destinado a ciencia y tecnología muestra una caída constante. Entre ese año y 2019, el gasto bajó un 35%. Luego de una leve recuperación durante la pandemia, volvió a desplomarse en 2024: hoy representa solo el 0,21% del PIB. Detrás de ese número hay consecuencias concretas: menos becas, salarios deteriorados, laboratorios desactualizados y jóvenes investigadores que buscan oportunidades fuera del país.

Un rayo de esperanza: empresas que apuestan por la ciencia

Aun así, no todos los datos son negativos. En los últimos años creció el número de empresas argentinas que tienen la I+D como eje de su modelo de negocio, especialmente en biotecnología, salud y agroindustria. Hoy existen más de 500 firmas dedicadas principalmente a la investigación, el doble que a comienzos del siglo XXI. Son pequeñas luces que muestran que todavía hay innovación y talento dispuestos a sostener el sistema.

El desafío, según los especialistas, es construir políticas estables que conecten el conocimiento científico con el sector productivo, aseguren condiciones laborales dignas y garanticen continuidad en los proyectos. Sin ese puente, la ciencia corre el riesgo de seguir siendo una promesa en lugar de un motor real de desarrollo.

Para las nuevas generaciones de investigadores, tecnólogos y emprendedores, la apuesta es doble: defender el valor de la ciencia pública y demostrar que invertir en conocimiento no es un gasto, sino una estrategia para construir futuro.